lunes, 12 de diciembre de 2011

No se está mal en el paraíso


Es cierto que en el paraíso no se está tan mal. Pero, ¿Qué es el paraíso? Una pregunta hecha teatro bajo la dirección de José Banyuls: una vuelta a un pasado con un sabor muy amargo. A tiempos oscuros. Puede que claros para algunos. Una vuelta a las viejas costumbres, a la España de la dictadura franquista. Cualquier duda la resolverá La Señora Francis en su consultorio radiofónico. ¿Una lectura recomendada? La Biblia o El manual de conducta de las jovencitas. Un mundo perfecto donde la apariencia tiene mucho que decir.
Los recuerdos de una etapa como aquella nos hacen estremecernos. El cultivo de la persona como pieza de un sistema con normas preestablecidas parece que alienta a algunos. Esos que se encontraban en el paraíso. ¿Y qué hay de los demás? ¿Dónde quedaron sus sueños, sus anhelos y expectativas de un país más libre, abierto y democrático?
Durante la obra se experimenta cierta sensación de opresión. Parece que los personajes se encuentran atrapados, encorsetados… Pero, lamentablemente no es el corsé lo que aprieta. ¿Y qué hay de la mujer? ¿Hay sitio para ella en ese paraíso? Parece que no. Se encuentra detrás del telón. Entre las sombras, donde nadie la ve. Castigada a ser simplemente un personaje secundario en ese circo.
 En un escenario sencillo, con una luz tenue e intimista, el sonido cobra vida inundando cada recoveco de la sala. Los testimonios radiofónicos se cuelan por nuestros oídos con mensajes lapidarios cuyo contenido parece que chirría. Juan Soto Viñola, el encargado de dar vida a la Señora Francis en su famoso consultorio, recita de manera sistemática aquello que debe hacerse. Las personas, como marionetas, no pueden salirse del guión establecido.
El ambiente es un tanto cargado debido a la niebla que envuelve todo e impide ver con claridad. Impide descubrir ese monstruo que se esconde en las raíces del sistema. Un ambiente en el cual se desarrolla una historia plagada de sufrimientos y sentimientos ocultos. Amor, deseo, tristeza, represión, miedo… Sentimientos que se funden, socavados en la rutina diaria de los personajes, incapaces de lidiar contra una fuerza superior que les aterroriza.
Y al salir, al sentir en el rostro esa ventisca helada del tardío diciembre, se nos escapa una leve sonrisa. Al fin podemos respirar. Y nos vamos a casa con esa agradable sensación de libertad que tanto nos gusta. Parece que no solo hemos abandonado la sala. Por fin, el escenario se ilumina con luces de colores. De muchos colores. Y nos encanta. La función ha terminado. En todos los sentidos. Apenas han pasado unas décadas, pero esos tiempos se nos antojan muy lejanos y algo borrosos en nuestra memoria.
Dicen que el recuerdo es el único paraíso del cuál no podemos ser expulsados. Pues entonces hay paraísos que mejor olvidar, por mucho que algunos digan que en el paraíso no se está tan mal. 

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Cuando crezcas, descubrirás que ya defendiste mentiras, te engañaste a ti mismo o sufriste por tonterías. Si eres un buen guerrero, no te culparás por ello, pero tampoco dejarás que tus errores se repitan.